El Pueblo, los recuerdos y la carpeta de Mägo de Oz
Agua... risas... música... olor a cubata y a algo más que tabaco de liar... Esto es... ¿la piscina de Janette?
Ah, la oscuridad me envuelve...
Todavía recuerdo cómo me iba calando los huesos el frío de aquella madrugada... Corría descalza, sólo con la ropa interior y mis shorts negros favoritos, esos que mi madre me compró en la única tienda de ropa más o menos decente de mi pueblo... Corría tras Víctor, el chico que me gustaba; o, al menos, creía que me gustaba... Era todo por la toalla, estábamos congelados porque se había alzado una ráfaga repentina justo cuando salíamos de la piscina... Al otro lado de la casa, en la entrada, estaban Laia y la prima de Víctor, Aroa, hablando tranquilamente y con el gato que se habían encontrado horas atrás jugueteando en sus pies.
Pelea. Más bien, discusión.
Y entonces, Víctor cogió al gato -había dicho que ya se haría cargo él- y decidió marcharse. Era tarde, en una hora me marchaba de vacaciones y tenía que volver ya a casa para cargar el coche.
De nuevo me envuelve la oscuridad...
-Perdona que no te acompañe hoy, pero estoy que me muero...
Apenada, con el sueño pesándome sobre los hombros y temblando porque sabía que esa era mi última oportunidad para declararme, me limité a asentir.
-Por lo menos, dame un abrazo, ¿no? -me pregunto cómo logré soltarle aquello de una forma tan natural-. Que no nos veremos más hasta dentro de... ¡Puf! ¡Vete tú a saber cuándo vuelvo!
Fue un abrazo corto, con el gato por en medio.
Una despedida bastante triste, teniendo en cuenta que Víctor -bueno, y todo el mundo- sabía que él me gustaba.
-Envíame un mensaje o algo cuando llegues.
-Dalo por hecho -reí-, y tú relájate y no te me cabrees más, ¿vale? Duerme, ya verás que estarás mejor cuando hayas descansado.
-No sé yo...
Y ahí terminó todo.
Volví a casa sola, con todo el cuerpo entumecido, por el fino sirimiri que caía y por la rigidez que solía invadir mi cuerpo cada vez que hablaba con Víctor.
Oscuridad.
-Karin, saca tu maleta al comedor -la voz de mamá...
Oscuridad. Quizá pasó una hora antes de marcharnos. Salimos tarde aquella mañana. Como cada año...
Recuerdo haberme montado en el coche, con el pelo húmedo, muy cansada, la música sonando a través de mis auriculares y el maletín de mi portátil a mis pies...
-Karin, ¿quieres algo para desayunar? No has comido nada en casa al final, ¿verdad? -la voz de mi madre me taladró la cabeza casi con violencia.
Soy incapaz de dormirme cuando viajo, sobretodo en el coche. Aun así, creo que me quedé transpuesta mientras escuchaba música durante... una hora y media. Creo. Vaya, eso es todo un logro tratándose de alguien como yo.
-No quiero nada... -de hecho, tenía náuseas y sabía que vomitaría en cuanto probara bocado, aunque fuera sólo bilis.
Me acababa de “despertar” y el recuerdo de aquella noche interminable que había terminado en cuanto había subido al coche, a las ocho y poco de la mañana, todavía brillaba en mi cabeza, un poco confuso por todo lo que había pasado.
-Como quieras –oí que decía justo antes de cerrar mi hermano pequeño la puerta.
Odio que pegue esos portazos. ¿Es que quiere instalar una puerta giratoria en el coche o qué?
Regresaron al poco y entonces fue mi turno de bajar:
-Mamá, ¿y el lavabo?
-¿Te encuentras mal? ¿Bebiste algo?
-Muy poco, ya sabes cómo soy... No es eso –la miré con cara de sueño todavía y expliqué con extremada sencillez-: me meo.
-¡Qué fina que llegas a ser, Karin! –ironizó mi hermano.
-No eres el más indicado para hablar, Sergi –cuando estoy medio dormida, soy extremadamente borde.
Fui al lavabo y regresé al coche.
Está bien, tuve que admitírmelo a mí misma: no me encontraba demasiado bien... Bueno, era mi primera empalmada, supongo que era algo normal. Podría haber sido peor.
Volví a conectarme la música y pasé las dos horas y media que faltaban entrando y saliendo de aquel puñetero estado de mitad dormida, mitad despierta, hasta que al fin llegamos al pueblo.
Sí, tenemos por costumbre ir a pasar más o menos un mes de vacaciones de verano al pueblo, ¿a que es muy original?
Los últimos kilómetros me había despertado totalmente. Incluso desenchufé los cascos y escuché un par de canciones sin ellos. Ni mi madre ni mi hermano se quejaron –menos mal, no estaba para discusiones, ese día, no.
Cuando llegamos, volví a conectarme los auriculares y descargué con la música sonando en mis oídos.
Me sorprendió darme cuenta de que había estado durante todo el camino escuchando la misma carpeta –la de Mägo de Oz- y todavía no había llegado a la última –bueno, quedaban un par, pero no había dado la vuelta entera ni una sola vez en aquellas cuatro largas horas.
Descargar, ir a saludar a la prima de mi madre, que llevaba en el pueblo como uno o dos meses ya. Impresionante. Yo acababa de llegar y ya quería marcharme. Aquel verano en el Pueblo se me haría eterno.
<Mierda de vacaciones en el Pueblo, yo quiero ver a Víctor. ¡Vámonos ya de aquí! No va a pasar nada por no estar este año aquí...> no dejaba de pensar en eso, como una niña pequeña cuando quiere que le compren un juguete y nunca se lo compran.
Estando en la casa de la prima de mi madre, escuché una guitarra eléctrica sonar. Conocía aquella guitarra, era la de Jaime, uno de los chicos con los que he ido en el Pueblo desde que fui por primera vez, cuando tenía cinco años. Había ya bastante gente en el pueblo al parecer... Bueno, ya les vería si de caso después de comer. Ahora sólo pensaba en irme en busca de la cobertura –otro punto encantador del Pueblo: no hay cobertura a no ser que te marches a los garajes, que están en la quinta hostia- para llamar a mi padre y decirle que ya habíamos llegado y, lo más importante, enviarle un mensaje a Víctor, tal y como le había prometido.
Y eso es lo que hice. Un mensaje de dos páginas con todo mi corazón puesto en él.
“Enviar”.
-A ver si me responde pronto... –inconscientemente, lo dije también en voz alta.
Nadie me escuchó, estaba sola. Normal, con el solano que pegaba, nadie en su sano juicio se iba a llamar a esa hora.
Sí, yo es que soy así de especialita, ¿pasa algo?
Me enchufé los cascos otra vez, puse a reproducir desde el principio la carpeta de Mägo y me marché dirección al pueblo, tenía ganas de echarme una siestecilla antes de comer. Mientras caminaba de vuelta a la casa, el recuerdo de la larga noche que había dejado atrás hacía ya horas regresó a mi mente y tuve que reprimir la risa al volver a vislumbrar la escenita en la que me peleaba con Víctor por la única toalla que había –una de las manos, además, ni siquiera una de ducha- porque estábamos muriéndonos de frío.
Vaya, pues, al parecer, esa siestecilla tendría que esperar. Justo cuando estaba quitándome las bambas para que me descansaran los pies libres de todo calzado, una voz me llamó.
-¿Karin?
Más que un suspiro de resignación, lo que solté fue un bufido.
-¡Voy!
Me calcé de nuevo y salía a la calle. Jaime y Alex me miraban unos escalones por debajo de mí.
Y, de repente, aquella vagancia, aquellas pocas ganas de estar en el Pueblo, desaparecieron, aunque sólo fuera un momento. Me lancé a por ellos y les di un abrazo de esos que te llegan al corazón, como los de Martina, otra amiga del Pueblo.
-¡Jaime! ¿Has crecido? No, espera, creo que soy yo, que cada vez menguo más... –nos reímos.
-¡Esclavito! –me lancé a por Alex.
Y os preguntaréis “¿por qué esclavito?”. Tiene una respuesta muy simple, aunque un poco absurda.
Veréis, con tres amigas de clase formamos una especie de Hermandad –incluso creamos el grupo en Facebook, es que nos aburrimos mucho-, y uno de los derechos es el de posesión de esclavo. Un día se lo comenté a Alex por Messenger y, aunque todavía no sé muy cómo, a él se le adjudicó el “título” de Esclavo de Karin. No me miréis con miedo, son tonterías de adolescentes, la Hermandad no es ninguna secta de artistas ni nada por el estilo.
-¡Amita! –él también se divierte con estas cosas, por cierto-, ¿cómo está mi querida ama?
Mi sonrisa iba de oreja a oreja.
-¡De maravilla! Bueno, en realidad estoy muerta porque no he dormido nada, pero bueno.
-¿Martina ha ido a recibirte? –inquirió Jaime.
-Qué va. Fijo que está sobando todavía. Esta tía se pasa la vida durmiendo.
-Entonces hoy le tiraremos un cubo de agua bien fría –Jaime comenzó a frotarse las manos y en su cara apareció una expresión que decía claramente “estoy maquinando maldades mua-ja-ja-ja”.
Alex y yo nos reímos a carcajada limpia y nos dirigimos a casa de Martina. Su casa es la más alejada del pueblo y la más cercana a los garajes. Según la compañía de móvil que tengas, en su casa te pilla la cobertura. A mí no me pilla, porque mi compañía es así de cutre, pero bueno...
No me sorprendió saber que Martina acababa de levantarse cuando la fuimos a llamar. Esperamos un poco y cuando salió fui víctima de su estrangulador abrazo de serpiente.
Fuimos a sentarnos a las mesas del merendero que hay enfrente de la casa de Martina y estuvimos hablando de todo un poco. Recuerdo que Jaime, como siempre, sacó el tema de la política y comenzó a nombrar a diferentes “Pacos” del gobierno.
Y al poco, ocurrió.
-Ah, aquí está otra vez –Jaime se interrumpió.
-¿Quién? –miré a lado y lado, pero no vi a nadie acercarse.
Martina señaló la Blackberry de Jaime –cacharro que, por cierto, había adquirido no hacía mucho, porque en semana santa, es decir, tres o cuatro meses antes, no la tenía.
-Ah, el chat de la cosa esa –deduje sin poner demasiado interés.
Conocía aquel trasto más o menos. La prima de Víctor se había pasado la gran parte de las noches con ella, hablando con alguien a través del chat o por el Facebook cuando pillaba algún Wi-Fi.
-Es Stella –dijo Jaime.
Pero... ¿por qué lo había dicho mirando a Alex?
-¿Qué dice? –inquirió éste.
-Pregunta por ti.
En ese momento no me di cuenta de que ese verano en el Pueblo sería diferente a cualquier otro... en ese momento no me di cuenta de que hacía un buen rato que no sonaba música a través del único auricular que llevaba puesto porque la PSP –donde escucho la música porque, no, no tengo un MP3 ni nada de eso- se había quedado sin batería... De hecho, en ese momento, justo en ese momento, sólo podía darme cuenta de una cosa. Del pensamiento que acababa de comenzar a gritar en mi cabeza: ¿quién coño es Stella?
Y eso es todo por el momento.... ¿Qué os ha parecido? En serio, me haría mucha ilusión que me comentáseis y tal (:
En fin, colgaré el próximo capítulo en una semana más o menos...
Jeje, bye bee!! n/////n
Jajaj madre mia me has dejado con la intriga, aunque creo que esto ya lo habia leido hace mucho y no me acordaba casi xD uums stella, me suena a puton verbenero, nose porque
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